Madres 5

 Madres 5


Me seguía alguien. Lo noté. Intenté comprobarlo, no fuera cosa de mi imaginación. Primero me paré. Sentí su proximidad. Era una mujer. Más o menos mayor, casi diría que podría ser mi madre. Digo eso sin tener idea de cómo puede ser la mujer que me parió. Estos días me han dejado salir sola. La comunidad a la que pertenezco ha decidido que ya puedo empezar a asumir mi independencia. Nunca formé parte de un núcleo familiar. No tuve destino. Lo que no se conoce no se añora, pero yo siento esa carencia. De niña envidiaba a aquellos que salían cogidos de la mano de una persona adulta, padre o madre, o quien fuera. Se les veía alegres y felices. Eso no lo he sentido nunca.

Cuando fui hacía ella no pareció asustarse. Lo extraño fue que mis palabras sonaron ininteligibles. Ella quedó desconcertada. Me hablaba, pero fue imposible entenderse. En sus ojos sentí confianza.

Me llaman Ai, para abreviar. Aicram es mi nombre. Único. Eso parece.

Ayer me dijeron que ya puedo irme, que puedo elegir el continente. Nada me une a nada ni a nadie. No supe hacer amistades. No entendí nunca qué las alejaba de mí. No bastaba mi sonrisa, ni hablarles de mis cosas. El primer contacto parecía funcionar, pero en el siguiente parecían tener prisa. Me acostumbré a sus evasivas. Envidiaba las risas cómplices de los demás. A veces, iba a buscar la amabilidad transitoria de cajeras de supermercado o camareras. Siempre he mirado a los ojos. Veo su incomodidad. Leo sus pensamientos. Su dolor o su miedo. Sus risas son como maquillaje para ser aceptados por los demás. Yo no sé disimular. Las personas que cuidaron de mí en este tiempo no crearon vínculo conmigo, ni yo con ellas.

Con aquella mujer fue distinto. Aceptó mi mirada y me miró también. No vi en ella lo mismo que en los demás. No ocultaba nada bajo un disfraz. Le dije que me gustaba, pero pareció no entender. Yo tampoco pude. Sus palabras eran confusas y desordenadas. Me recordó un cuento contado al revés. Tacitupeca. Nos lo contaron en una actividad de cuenta cuentos, en una visita semanal a un centro social de nuestro barrio, en la etapa de infantil. Tendría cuatro años, pero lo recuerdo con claridad. No me he perdido ningún detalle. 

Sueño. La veo venir de nuevo. Ahora anciana. Tengo la apariencia que me la recuerda. Todo esto me desconcierta.

Mi vida es rutinaria. Sigo sin apegos. Soy amable y agradezco que lo sean conmigo. A veces siento angustia. Entonces pienso en ella y se me pasa. Es real. Tuve ese encuentro. Hay otro yo adelantado a mí. La quisiera encontrar. Me gustaría manejar esos sueños y enviarle mi mensaje. Nunca nadie antes, ni después, me ha mirado. Mirar no es ver. Ya sé que no soy invisible. Más aún, teniendo en cuenta que mi apariencia es bien distinta a la de las otras personas. Demasiado perfecta, diría. Es posible que debido a ella no consiga el acercamiento de los demás. Ni una arruga, ni nada más. Mi salud nunca declina. Ha habido momentos en que a mi alrededor sufrían de una u otra enfermedad. Yo nada. Todos los días igual. Perfecta. Me alimento siguiendo mis necesidades y deseos. No me gusta comer carne. Es algo que encuentro extraño en los demás. Haga frío o calor, me adapto con facilidad. Camino. Siempre me gustó caminar. Disfruto del aire que respiro y del encuentro con la humanidad. Sé que formo parte de ella, aunque a mí me ha tocado la soledad. No por ello me siento aislada. Formo parte de la colmena humana.


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